16.1.11

SURFISTAS. Miguel Camarero Suanzes (parte 2)


Si no nos leído la parte 1 se recomienda pulsar antes AQUÍ.


Playa de Baldaio - 1967

Los primeros viajes.

El auto-stop, en la España de los setenta, era entonces un procedimiento habitual de viajar. El transporte a las playas era un gran problema, y como los tablones eran pesados y voluminosos, su transporte suponía una dificultad añadida. Era normal, a falta de baca, llevar las tablas abrazadas por fuera de las ventanillas de los coches. Muchos conductores no se daban cuenta del berenjenal en que se metían cuando, amables, paraban a unos individuos cargados con unos extraños artilugios. Sin duda el haber dado con buena gente, y la curiosidad que despertábamos, nos fue de gran ayuda y una gran aliada en nuestros viajes.

Gonzalo y yo viajamos a principios de los setenta en auto-stop y con dos tablas hasta Salinas, lo que era entonces para nosotros la meca del surf, y donde Félix pasaba los veranos. De camino paramos, y estuvimos varios días, en Tapia, todavía en sus comienzos, pero ya con fama de playa y personajes.

En Salinas nos recibió la familia Cueto que eran tantos hermanos como un equipo de rugby con suplentes incluidos, y entre ellos varios surfistas. A excepción de Carlos “El Escayolista”, que usaba una enorme tabla, en aquellos pagos ya disfrutaban de modernidades ligeras y se comenzaba a ver el invento, que no nos atrevíamos a poner en nuestros tablones por miedo a que varasen en la orilla con un trozo de pierna amarrada. Nos alojamos en un chalet abandonado. La estrella de nuestra dieta eran los bocadillos de morcilla asturiana, que se podían comprar entonces por unos 30 céntimos la pieza y que se adecuaban a nuestro presupuesto.

Entre otras escenas curiosas, nos recuerdo subidos a un carro del país llevándonos desde los Molinos a Berdoyas. Los tractores eran también sensibles a nuestros esfuerzos, y si tenían espacio, era raro que no nos parasen. De esa forma fuimos explorando desde Sisargas a Finisterre, pues como dije, para el traslado inicial, la línea de autobuses Finisterre no ponía pegas a los tablones. Planificábamos la exploración sobre una vieja carta de navegación “de Cabo Finisterre a Cabo Ortegal”. Las “remotas” Arou, Trece, Traba, Nemiña, Arnado, Beo, Sealla, ..., eran una relación interminable, y aunque ya habíamos pateado aquella costa desde adolescentes, ahora el filtro era la posibilidad de surfear en ellas: estudiábamos orientación, entorno, fondos, vientos… etc. Todas sin excepción, y eran cientos, nos ofrecieron una belleza salvaje y algunas, buenas olas.

Aquel verano apareció por Bastiagueiro Juan García Conde que aportó, además de su simpatía, una Barland-Rott de Biarritz de ancha manga, divertida y tan grande que permitía incorporarse a ella desde otra tabla y llevar a dos encima. También gracias a él pudimos disfrutar de un Seat Seiscientos con un aforo increíble, “preparado” hasta para llevar tablones encima.

Más tarde, y durante unos meses, “disfrutamos” de un desahuciado Fiat de 1940 que nos prestó un piloto que estaba navegando y que su dueño ya no pudo recuperar: el coche falleció un día en Baldaio totalmente agotado.



Playa Larga - 2006

Las primeras tablas.

La Bilbo, que ya era nuestra tras heredarla de Félix, hacía agua por muchas vías; su proa, después de muchas reparaciones que hacíamos con resina que nos daban de la marca “Fiberglass”, se abría como la boca de una ballena y auguraba un futuro corto.

Tras terminar Náutica comenzamos a navegar y viajar por todo el mundo. Mis primeros viajes fueron a la costa Este americana, recuerdo que en un crudísimo invierno. Allí tuve contacto con el mundo ”global” del Surf y revistas como “Surfer”, que en España sólo conocíamos tan manoseadas como un “Playboy” de entonces, y que allí se vendían frescas en los kioscos. En ellas nos anunciaban playas, olas y unas tablas que hacían antiguas a las nuestras.

Esos viajes, y las revistas “Surfer”, fueron el fin de la Bilbo. Contagiados de las nuevas corrientes, formas y dimensiones, decidimos…, mas bien decidí, cortar la Bilbo por lo sano, y así conseguir una moderna tabla de 1,80 metros. Sin embargo, y tal y como decía Carlos Bremón, tras la operación la tabla parecía más un portaviones japonés que un artilugio para deslizarse en las olas.

Tras aquellos experimentos, todas las circunstancias hacían aquel momento el idóneo para iniciar la construcción naval, pero en nuestro caso a escala tablera. No era fácil conseguir los materiales y los expertos nos aconsejaban una resina de Ciba-Geygy. Después de una incursión por una zona industrial de Madrid en la “Gucci” de Gonzalo, regresamos a casa con la resina y un fantástico “mat” que prometía un estupendo acabado. La espuma era nuestro problema, y confiados en la consistencia de la super resina, y desoyendo a nuestros consejeros, comenzamos la construcción. Más que un acabado, se puede decir que a la tabla le dimos un terminado, ya que nuestra ansia por probar la primera tabla fabricada por nosotros nos hizo descuidar el secado.

La resina la habíamos teñido de un rojo intenso y luminoso, y Gonzalo tuvo el honor de botarla en el Orzán. La tabla funcionó pero los hilos endurecidos por la resina eran como cuchillas, y lo que pensábamos que era el desteñido de la tintura, resultó ser abundantísima sangre producida por los cientos de cortes que Gonzalo se había producido. Salió del agua como un Nazareno, lo que no fue obstáculo para que todos los que estábamos allí, esta vez protegidos con una camiseta, probásemos el invento. Esta primera tabla duró poco, pues la espuma, aficionada al agua del Orzán, no se secaba entre baño y baño. La que de “diseño” era una tabla de 5 kilos, triplicó su peso desde el primer día. La segunda tabla que fabricamos ni se botó.

Afortunadamente al poco tiempo aparecieron Rufino y Tito, a quienes en base a nuestra experiencia como constructores de tablas, pudimos valorar con justicia; ellos sí que fabricaban unas excelentes tablas, baratas y casi asequibles a nuestras escasísimas economías.


Durban - 1978

El surf.

Un observador objetivo vería nuestro disfrute en la observación de la mar como una obsesión enfermiza. La atracción que la mar ejerce en cualquier persona, y que se agudiza en los ribereños, se convierte en obsesión en los surfistas. Es así que hasta un badén en la carretera te puede despertar el gusanillo. Como leí de Carlos Bremón, desde que te deslizas en tu primera ola, estás tocado; desde ese momento ya no puedes evitar cada vez que ves una ola, calcular su inclinación, el punto suficiente de pendiente, la salida a izquierdas o derechas, como volver a entrar, las corrientes, mareas, ….Has entrado en un mundo sin dimensiones, o mejor dicho, en un mundo en el que las dimensiones dependen de tu imaginación. Dicho con pompa científica, has caído en el universo del movimiento ondulatorio: surfeas olas en los rápidos de los ríos en Canadá; coges las que rompen en la bancada de hielo de los grandes Bancos; remas las inmensas olas de la mar de leva en un tifón al sudeste del Japón; acompañas a los delfines en la ola de proa, y a las ballenas corriéndolas en un luminoso temporal en Sudáfrica; te sumerges en los perfectos tubos que una pedrada provoca en la orilla de un charco.


Rápidos en Canada

Por mi profesión, viajé por todo el mundo y tuve ocasión de surfear en Brasil, California, Sudáfrica, Namibia. Recuerdo un amanecer en Durban con cientos de surfistas en una playa protegida de los tiburones por redes tendidas; de unas olas cristalinas que rompían como en los sueños en la esquina norte de Ipanema; y de disfrutar siempre de la compañía amigable de los que teníamos la pasión de deslizarnos en las olas. La amistad nacida en las playas, a pesar del tiempo transcurrido desde aquellos inicios, mantiene su frescura. Un encuentro casual es como una explosión de recuerdos alegres, que en un instante invaden tu cerebro y creo se pueden percibir en nuestra expresión; la conversación puede ir por otros derroteros, pero el subconsciente siempre ilumina una relación que no por lejana, pierde intensidad.


Mar enorme en el SE de Japón.

Practiqué siempre el surf con nulo espíritu competitivo, con el único objeto de disfrutar de este deporte. La competición, atrajo a este deporte en nuestra tierra a miles de surfistas y la labor de los que dedicaron su esfuerzo a la organización, fue importantísima. En cualquier parte del mundo podemos presumir de tener un campeonato como el Pantín Classic en Galicia, siempre con el recuerdo del “descubridor” de la playa, Carlos Bremón, cuando de vuelta de su expedición de fin de semana, todavía emocionado, me describía una playa y unas olas del paraíso. No exageraba.

Todo es válido y convertible en disfrute en la cabeza de un surfista, y a pesar de haber desarrollado otras muchas actividades, siempre hay una ola que correr, nuevas playas que buscar, y amigos con quien compartirlas.

Cuando te inicias en esto, más que marcado diría que estás bendecido por la suerte ser partícipe de un juego, por ser uno más del Gran Juego.

4 comentarios:

  1. Tu blog es un lujo, desde la cabecera a fin. Me encanta. Y me gustan las historias de surf de antes, bien contadas.
    :)

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  2. Muchas gracias Guille, lo mismo opino yo de tu blog, de tus fotos y de tus historias. De cómo combinas imágenes y palabras del modo a veces más inesperado.

    Un saludo,

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  3. Que buenas historias. Felicidades por el blog.

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  4. Muchas gracias de nuevo.
    Un lujazo poder escuchar estas historias.

    Californiabh

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