En el último de los artículos
publicados en La Voz de Galicia en recuerdo de Juan Abeledo, el periodista
Francisco Varela nos hablaba de cómo la historia de Juan había sido un soplo de
aire fresco para muchas personas que habían conocido su vida a través de
aquellos textos. Esa sensación, evidentemente amplificada, es la que todos
sentíamos cuando disfrutábamos de su compañía. Tal vez por ello, hemos sido
varios los que, atraídos por su persona y sincera amistad, hemos querido
recoger su experiencia vital, no sólo para darla a conocer, sino también para
de algún modo interiorizarla y tenerla muy en cuenta en nuestro día a día.
El siguiente texto, que
finalmente hemos estructurado en varios capítulos que se irán publicando en
sucesivos días, recopila parte de las conversaciones que Gonzalo Casal (en un
texto aparecido en la revista Glide en 2009), Carlos Bremón (en una entrevista
publicada en la revista Surfer Rule en 1992), Beatriz Antón (en un texto
recogido en La Voz de Galicia en 2009) y yo mismo, mantuvimos con él y con
Matilde, bien sentados entorno a una mesa, saboreando las riquísimas torrijas
que nos habían preparado, o entre descansos en sus jornadas cortando la hierba
o podando setos en la casa de Doniños.
Juan pensaba que los recuerdos
viven. En el caso de los de algunas personas, puedo afirmar que es realmente
cierto. Él permanecerá siempre vivo con nosotros en esos recuerdos.
Dada su extensión, el texto lo publicaremos en capítulos, cada uno de los
cuales se centrará en una faceta o en una etapa de su vida. Algunas de las
historias, por haber sido ya contadas en el blog no se reproducen de nuevo,
pudiéndose acceder a ellas a través de un índice que publicaremos con la última entrada. El texto se acompaña con diversas fotografías de su archivo personal.
Sólo espero que
leyendo el texto, disfrutéis tanto como nosotros escuchándole.
Nunca es
tarde para empezar. Los primeros años.
Desde hace un
par de años tengo la fortuna de vivir en Doniños, al lado de la playa, en el
lugar donde creo haber encontrado mi hogar. Me ha costado mucho esfuerzo
conseguirlo: búsquedas y más búsquedas que culminaron primero en un modesto
alquiler para el verano, que después se acabó extendiendo para todo el año.
Finalmente pude comprarme mi propia casa.
Establecido en
Doniños poco a poco fui conociendo a mis vecinos. Dos de ellos, Juan Abeledo y
Matilde Caridad, pasean todos los atardeceres de verano por delante de mi casa.
La primera vez que hablé con ellos fue uno de esos días en que llegas tarde del
trabajo y sales como un rayo, corriendo por la acera con el traje a medio poner
y la tabla bajo el brazo, rumbo a los últimos minutos de luz surfeables. “¡Buenas
olas!”, me gritaron. Desde ese día entablamos numerosas
conversaciones, algunas de ellas pequeños resúmenes de la vida y la historia
del surf en Doniños, su hogar.
Antes de ese
primer encuentro, conocía parte de la historia de Juan y su familia. En mis
inicios en el surf, hace ya más de veinte años, nuestros maestros nos contaron,
como parte fundamental de nuestro aprendizaje, muchos de los hechos y anécdotas
que marcaron los comienzos del surf en Galicia: cómo descubrieron las playas,
cómo fabricar y reparar una tabla, los primeros viajes, …; para nosotros, los
principiantes, aquellos primeros surfistas, los “mayores” como los llamábamos,
eran admirados no sólo por su nivel en el agua, sino también como los héroes
responsables de traernos el que queríamos que fuese nuestro modo de vida.
Juan se enamoró
del surf hace más de treinta y cinco años cuando rondaba los sesenta, en una
época en la que ver a alguien deslizándose sobre las olas de Doniños era todo
un acontecimiento, y mucho más si ese “alguien”, como le ocurría a él, peinaba
canas y se acercaba a la edad de la jubilación. “Matilde también lo probó
con 54 años. Un día remó hasta la rompiente y cogió una ola de barriga. A
medida que se acercaba a la orilla, y al ver que no podía frenar, tuvo la
impresión de que la playa, con la arena y sus dunas, se le venía encima. Fue
así como ella conoció también la sensación”.
Juan nació en
Vilamaior en el año 1916, pero a los cuatro años se trasladó con sus padres a
vivir a Ferrol. A los 11 empezó a trabajar como recadero en una sastrería para
ayudar a la economía familiar. Se trataba de un trabajo de lunes a domingo, en
el que sólo tenía libres las tardes dominicales, y que le obligó a dejar de
estudiar. Y eso que era un alumno aplicado que destacaba sobre sus compañeros,
y que había establecido con su profesor, Lázaro Blanco López, una excelente
relación. De hecho, poco antes de tener que dejar la escuela, su maestro le
regaló un libro, que le dedicó “a su predilecto discípulo”, y que Juan ha
guardado desde entonces como recuerdo y agradecimiento de las enseñanzas
recibidas. Su trabajo como recadero le hizo ser consciente, a pesar de su
temprana edad, de algo que no todo el mundo logra descubrir: la necesidad de
disponer de tiempo libre para poder hacer todas aquellas cosas maravillosas que
la vida nos ofrece.
“Tras aquel
trabajo, con jornadas que duraban 12 o 13 horas diarias, y cuando pude alcanzar
mayores cotas de libertad, de vida al aire libre, supe apreciar el valor que
ello tenía, así como la salud y el buen estado físico como condiciones
esenciales para ello. Hay gente que cifra su felicidad en el consumo.
Afortunadamente pronto descubrí que aquellas cosas que realmente me hacían
feliz, no costaban dinero. Para mí la felicidad está en las cosas simples, como
por ejemplo ver cómo un gato se estira tomando el sol. Matilde y yo hemos
vivido siempre nuestra vida sin preocuparnos por lo que hacían los demás, ni si
ellos se preocupaban de lo que hacíamos nosotros. Sin dinero, eso sí, pero
felices disfrutando de las muchas cosas que estaban a nuestro alcance.
Tras trabajar
en la sastrería, y con 14 años, su padre le preguntó que quería ser de mayor.
Él sin saber muy bien por qué, dijo que mecánico. Esa respuesta cambió su vida
y le permitió con los años alcanzar su sueño. Su padre consiguió que entrase
como alumno en el Taller de Artillería de la Armada en Ferrol, en donde Juan
aprovechó el tiempo al máximo y adquirió los conocimientos de mecánica,
soldadura, talabartería, ebanistería, ..., que le facilitarían la entrada en el
astillero Bazán a los 23 años. Allí trabajó de ajustador-montador hasta que
pasó a una oficina. Aquel trabajo le permitió finalmente disponer del tiempo
necesario para poder cumplir sus sueños.
Ahora cada
mañana, ya retirado y con más de noventa años, se le puede ver feliz con la
mochila a la espalda, enfundado en uno de sus llamativos jerséis de escalador,
camino de la piscina de Batallones dispuesto a hacerse unos largos.
Foto 1.- 1928. Uniformado frente a la sastrería.
Foto 2.- 1937. En un descanso en el Taller de Artillería de la Armada.
Aun lo recuerdo, no hace mucho, a media mañana en la piscina, como se lanzaba al agua de cabeza despues de una breve carrera.
ResponderEliminarY cuando entraba en el Pabellón, o al salir, charlábamos unos minutos. Siempre era, claro que sí, como un soplo de aire fresco.
C. Bremón
Que agradable leer estas líneas,sin darme cuenta se me ha dibujado una sonrisa en la cara pues uno se da cuenta de lo feliz que se puede llegar a ser con muy poco y de lo realmente importante..te hace recapacitar,pues la gente de su generación si que se tuvo que esforzar para conseguir sus sueños..no como ahora que nos dan todo echo.estamos tan acomodados.realmente hasta te dicen cual debe ser tu sueño(un gran coche,una gran casa...)...menos mal que gracias a los espíritus libres como Juan y muchos de su generación nos han echo ver lo importante de no perder el contacto con el mar,la tierra y las personas...
ResponderEliminarGracias por estas líneas Jesús,espero impaciente laS siguientes partes.un abrazo ..buenas olas
Hola, Jesús.Yo acompañé a Carlos a aquella entrevista para Surfer Rule, y aunque ya conocía a Juan, para mí fue todo un descubrimiento, y una experiencia que no he olvidado. A quien sí descubrí aquel día fue a Matilde, y se me quedaron varias cosas grabadas de aquella charla: primero, la alegría de vivir que desprendían, su complicidad, su paz. Pero especialmente algo que ella dijo y que resume todo lo anterior....Matilde nos dijo que ella, con los años, se había hecho Budista. Porque los budistas creen en la reencarnación, y ella estaba dispuesta a volver una y otra vez, para tener la oportunidad maravillosa de vivir otra vida. Jamás he olvidado ni la frase ni su significado.
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias por estas historias.
Alfonso Prieto.
Algo sobre ello habrá en la quinta y última parte. Un saludo, Alfonso
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