20.4.13

HISTORIAS. Juan Abeledo. Nunca es tarde para empezar. Parte 3.



Si no has leído las partes anteriores, se recomienda ver la parte 1 y la parte 2.

Juan y la pesca.

Instalados en Doniños, era inevitable que nuestra vida allí girase en torno a la playa y el mar. En el año 1950 apareció por la playa Fernando Oliver, un chico de Ferrol que trabajaba en Madrid. Trajo consigo un fusil de pesca submarina, un Nemrod de dos metros de largo, además de un un tubo y unas gafas de bucear. Al acabar el verano, y antes de que se fuese a Madrid, le convencí para que me vendiese su equipo, ya que él podría comprar otro similar allí a buen precio. Aquí no los había. Hasta aquel momento nosotros habíamos pescado con caña y tanza lanzando desde las rocas, o con la ayuda de un arpón. Cogíamos sargos en aguas de un metro de profundidad, en la misma orilla. Las centollas y los percebes abundaban también en el extremo de la playa en donde acampábamos. Contar con el fusil supuso un avance increíble en nuestra técnica de pesca. Yo le preguntaba a Matilde: “¿qué quieres para comer?” Podía elegir a su gusto cualquier clase de pescado, marisco, pulpo, mejillones, … Llegamos a pescar róbalos de hasta 6 kilos.

Los avances en lo referente a trajes llegarían más tarde, y durante muchos años, unos 30, buceamos protegidos sólo con jerséis de lana. Después llegarían los primeros trajes fabricados por nosotros mismos, y que construíamos con telas engomadas que habíamos localizado en A Coruña. Pero al probarlos, a pesar de que nos abrigaban, tuvimos que prescindir de ellos, ya que tenían un inconveniente: ¡¡flotaban demasiado!!. También preparamos varias máscaras de goma en las que el aire entraba desde el tubo, lo que nos permitía respirar más cómodamente por la boca y la nariz.


Tras aquel primer fusil llegaron otros fabricados por nosotros mismos en madera, con mucha maña e imaginación. Como no había dinero lo único que nos quedaba era el ingenio. Luego llegaron los de aluminio, que también fabricábamos en casa, fundiendo el metal en el horno de leña de la cocina y dándole forma en moldes que creábamos de escayola. También construimos otros fusiles con piezas de los antiguos de madera. Los de aluminio eran más ligeros pero un poco incordio en el momento de recoger las piezas, ya que si los soltábamos se hundían. Nos las ingeniamos para resolver este problema colocando en la punta una esfera de corcho de las que recogíamos en la playa, de modo que cuando caía una pieza, podíamos soltar el fúsil sin que se hundiese, e ir con la red a coger la captura. La red la fondeábamos con un alambre de cobre y flotadores de corcho. Resulta difícil de transmitir la sensación maravillosa que nos invadía cuando, después de mucho trabajo con la mente y con las manos, conseguíamos construir algún instrumento, o realizar un invento. Era fantástico superar los inconvenientes y resolver los problemas que se planteaban sólo con nuestro ingenio y la escasa herramienta de la que disponíamos. Ha sido una suerte conservar todo el equipo, ya que me reporta unos recuerdos maravillosos.

Nuestra relación con la pesca, además de ser nuestro principal medio de sustento cuando estábamos en Doniños, era de afición. Recuerdo que una vez un amigo me propuso ir a pescar los domingos, para después llevar nuestras capturas al mercado el lunes antes de ir a trabajar al astillero. Todo lo que cogíamos lo envolvíamos en helechos y con nuestras bicicletas recorríamos los 12 kilómetros del camino pedregoso hasta Ferrol con la mercancía cargada en los canastos. Pero esto duró tres meses. Aunque el dinero extra nos venía muy bien, renuncié a estos ingresos porque me di cuenta que habíamos transformado una diversión en una obligación, y con ello ir a pescar ya no tenía tanta gracia.

Llegué a participar un año en el campeonato de España de pesca submarina que se celebró en Almería. En aquel momento trabajaba como instructor de educación física en la escuela de aprendices del astillero Bazán. Los jefes del astillero, a través del Delegado Provincial de Deportes, Educación y Descanso, nos reclutaron a mí y a otros tres para representar a la provincia de A Coruña en el campeonato. Quedamos fatal, ya que en los tres días de competición no pescamos nada, salvo el último que cogimos un sargo de 10 kilos. Sin embargo decidimos comérnoslo, por lo que no puntuó.

Gracias a la pesca tuvimos la oportunidad de conocer con gran detalle el tramo de costa entre cabo Prioriño y Cabo Prior: cada saliente, cada roca, cada cueva, …, y también comprender un poco cómo funcionaban las corrientes, las marea, …, y en definitiva entender como todas estas variables que intervienen en la dinámica del mar y las olas. Todos estos conocimientos, adquiridos de modo casi inconsciente, fueron fundamentales en la labor que como socorrista emprendí años después.

Foto 1.- 1956. Juan primero por la derecha con las capturas del día.
Foto 2.- 2009. Herramientas de trabajo. (Fotografía de Eloy Taboada).

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