22.12.14

HISTORIAS. La familia Irisarri (parte 6).

LOS INVENTOS, LA GOMA DE VOLQUÍMICA Y LA PARAFINA.

Vicente.- Otra de las revoluciones que vivimos fue la del invento.

Suso.- Nosotros comenzamos surfeando sin él, y estuvimos sin utilizarlo, porque no sabíamos que existían, los dos primeros años.

Cuando ya los conocimos, los primeros inventos que tuvimos los atábamos a la tabla mediante un taladro que le hacíamos a la quilla. De hecho llevamos invento en quilla durante bastante tiempo. Después llegaron los puentes de fibra, lo que mejoró mucho nuestra “hidrodinámica”.

Al igual que había pasado durante la transición de los single fin a los twin fin, y de ahí a los thruster, con la aparición del invento se abrió un intenso debate, que vivimos a través de la revista Surfer. Recuerdo una entrevista publicada a Allen Sarlo que comenzaba con el siguiente titular: “Las correas son para los perros”. En la entrevista, Sarlo argumentaba su posición diciendo que el invento iba en contra de una de las esencias del surf, que era la necesidad de que el surfista estuviese en buena forma para ir nadando a recuperar la tabla. Supongo que es una polémica que siempre se da cuando aparece algo nuevo que viene a cambiar todo lo anterior. Fíjate en la que se montó a finales de los ochenta-principios de los noventa cuando comenzaron a introducirse las maniobras aéreas en el surf, y se alzaron voces manifestando: “¡¡el surf se hace en el agua!!”. O algo parecido al debate que se ha establecido hoy sobre el surf en olas grandes y la opción de cogerlas remando o remolcado por una moto de agua.

Vicente.- De hecho la frase de Allen Sharlon podría tener hoy su equivalente a la que soltaron los hermanos Fletcher en la entrega de los premios XXL de hace unos años, cuando se levantaron ante la nominación de un surfista alemán, y gritaron “¡¡si ese ni siquiera sabe remar!!”.

Pero volviendo a los inventos, al igual que nos pasaba con el resto del material, no era fácil conseguirlos, así que desde el principio tuvimos que optar por fabricarlos nosotros mismos. Para ello utilizábamos como materia prima dos materiales principalmente: una gruesa cuerda de nylon, que comprábamos en las tiendas de efectos navales y que se empleaba como sedal en la pesca del marrajo o para tejer redes; y la que nosotros llamábamos la goma de Volquímica, por el nombre de la tienda de Vigo en la que la conseguíamos. Nuestros primeros inventos eran sólo de cuerda, pero pronto, me imagino que porque lo vimos en algún sitio, y porque los tirones que nos daba la tabla nos animaron también a ello, los mejoramos rápidamente introduciendo la goma.

Balbi.- En la fabricación de los primeros inventos la aportación de Jose, como estudiante de química, fue fundamental.

Jose.- Un día traje de Santiago, del laboratorio de la facultad, un rollo de tubo de goma que era el que utilizábamos para conectar los diferentes aparatos del laboratorio. Aquel rollo resultó básico en la fabricación de los primeros inventos, ya que corregía la falta de elasticidad de la cuerda.

Suso.- La construcción al principio nos resultaba difícil, pero cuando perfeccionamos nuestra técnica, la operación la hacíamos bastante rápido. La cuerda de nylon la introducíamos dentro del tubo de goma con la ayuda de una aguja gruesa de coser a la que habíamos enhebrado la cuerda. La aguja la utilizábamos como guía de la cuerda al introducirla por dentro del tubo.

Jose.- Para que pasase bien el cabo, le echábamos a veces agua jabonosa y usábamos agua caliente, ya que con la temperatura la goma se volvía más blanda y por tanto más manejable. Por uno de los extremos cogíamos el tubo de goma y la cuerda, y comenzábamos a estirar el tubo, que iba desplazándose por la cuerda. En los extremos recogíamos el nylon, lo enrollábamos y le echábamos pegamento o resina cerrando así el tubo. La cuerda se colocaba dentro del tubo con una cierta holgura, de modo que su longitud era mayor que la del elemento de goma. De este modo, y cuando se sufría una caída, antes de que la cuerda entrase en tensión, la goma hacía su función de amortiguar el tirón alargándose una longitud igual a la de la cuerda.

Para el extremo del invento que se fijaba al tobillo, solíamos emplear un trozo de goma, lo más habitual era una cámara de neumático de bicicleta, moto o camión, con la cual hacíamos un lazo que, al estirarlo, conseguíamos se quedase fijado en el tobillo.

Vicente.- Cuando vine a vivir a Ferrol, y conocí a Gonzalo Barro y Juan Cortabitarte, ellos habían desarrollado su propio modelo de invento, similar al nuestro, aunque aquí nuestro tubo de goma de laboratorio había sido reemplazado por los conductos de los motores de las motocicletas, que resultaban, sin embargo, ser menos flexibles que los nuestros.

Jose.- Para la fabricación de la parafina también nos las tuvimos que ingeniar. Recuerdo desde siempre la presencia de tacos de parafina en casa, ya que nuestra madre la utilizaba para coser, pero lo que nunca nos imaginábamos es que pudiesen tener algún tipo de uso relacionado con el surf. Lo que no recuerdo es cómo llegamos a ser conocedores de lo necesaria que era. Sabíamos que si se apoyábamos nuestros pies directamente sobre la tabla se resbalaba, y que aplicando parafina se resolvía el problema.

Vicente.- Ante la falta de parafina, uno de los primeros recursos que se empleaba era el llenar la tabla de goterones de cera de vela, aunque nos imaginábamos que tenía que haber otros productos que resolviesen el problema.

Cuando supimos de su aplicación surfística, pudimos hacernos con ella en las tiendas de efectos navales, las mismas en la que comprábamos los anzuelos de pesca o el nylon para los inventos. Estas eran tiendas excepcionales, en las que podías encontrar de todo. La parafina se vendía allí porque era empleada por los marineros para tejer las redes. Impregnada en el hilo, conseguía darle la fluidez necesaria en el tejido, sobre todo cuando las tiradas de hilo eran más largas. Su cometido era el mismo que para lo que nuestra madre la empleaba con la máquina de coser y para cardar la lana, aunque el modo de presentación era algo más tosco, ya que se servía en grandes tacos de color blanco.

Para aplicarla en la tabla cortábamos un trozo del taco y la fundíamos, ya que de por sí, y tal y como la comprábamos, no había manera de extenderla. Sin embargo el problema era que, al fundirla directamente, nos quedaba muy líquida, y la aplicación tampoco era sencilla. Hasta que Jose, gracias a sus conocimientos en química, dedujo que para alcanzar la dureza adecuada para poderla extender sin calentar, había que mezclarla con glicerina líquida, que comprábamos en la droguería que había en la Alameda de Bouzas. Lo complicado fue encontrar la proporción adecuada. Al final, tras probar con distintas composiciones, conseguimos una parafina lo suficientemente blanda.

Para su fabricación, utilizábamos como moldes los envases de unos yogures de marca alemana que eran de porcelana y que habíamos localizado en el rastro. Gracias a estar hechos de un material cerámico, resultaban perfectos para contener la parafina mientras la calentábamos antes de hacer la mezcla con la glicerina. Y así estuvimos fabricando nuestra propia parafina hasta que comenzaron a llegar las pastillas de Sex Wax, que fue la primera marca que se comercializó por aquí. Aún así, como al principio eran muy caras, y aquí en Galicia no había donde adquirirlas, seguimos durante un tiempo fabricando nuestra propia parafina.

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