18.2.16

HISTORIAS. Carlos Bremón Pérez (parte 2).


"A las pocas semanas de iniciarme en el surf, a finales del verano de 1970, se hundía el pesquero “La Isla”, muy cerca de dónde hoy está la Casa de los Peces, a poco más de 100 metros de la Torre de Hércules en los llamados bajos de A Pedra do Boi. En el naufragio falleció casi toda la tripulación del barco, simplemente porque los medios con los que se contaba entonces fueron incapaces de llegar a tiempo para socorrerles. Aún recuerdo estremecido el relato que hizo la prensa de aquel suceso. En medio de la más absoluta oscuridad, los marineros gritaban pidiendo auxilio, mientras los testigos de la tragedia, que habitaban en unas casas construidas cerca de la orilla del mar, los oían pero se veían impotentes para prestarles auxilio. Este llegó, por fin, cuando ya era muy tarde para impedir que 14 hombres murieran ahogados en la mar del Orzán. Esta tragedia causó un impacto muy fuerte en la opinión pública, por lo que pocas semanas más tarde ya estaba muy avanzado el proyecto de crear la Cruz Roja del Mar.

En la creación, y en la formación de los primeros voluntarios de la Cruz Roja, se contó con el asesoramiento de la sociedad nacional de salvamento británica, la Royal National Lifeboat Institution, la RNLI, que enviaron dos modernas embarcaciones para las prácticas, aunque la intención de los ingleses era también la de vendérnoslas a continuación. Sin embargo, y después de probarlas durante todo un año, el gobierno tomó la decisión de fabricar las suyas propias, eso sí, adoptando sus características principales.

Las embarcaciones británicas habían sido diseñadas para la navegación y el rescate en las condiciones más difíciles. Eran capaces, por ejemplo, de volcar y automáticamente recobrar la posición correcta, por lo que se las consideraba insumergibles. Pronto empezaron a ser probadas en las aguas de nuestra bahía. Para tripularlas se solicitaron marineros voluntarios y yo me presenté de inmediato. Recuerdo que argumenté durante la entrevista con el encargado de hacer la selección que, además de ser un buen nadador, practicaba surf, lo que yo suponía que sería un argumento irrebatible para que me eligieran. No sé si por esa razón, o por la de ser nadador, o porque no había muchos voluntarios, que me eligieron.

Pronto salí para mi primera navegación, pero con lo que no contaba era con un factor personal muy negativo: me mareaba. Aún recuerdo hoy a uno de los suboficiales ingleses dándome palmaditas en la espalda y consolándome en su idioma, mientras yo vomitaba por la borda con desesperación y mucha vergüenza. Pero aquello no me desanimó, y continué con los prácticas.

Un día, mientras nos balanceábamos entre las olas a bordo de la embarcación, salió durante la conversación el tema del surf. Entre los marineros voluntarios había un chavalote fortachón y hablador llamado Miguel CamareroÉl había empezado hacía meses y tenía una tabla, una Bilbo, que le había vendido un asturiano, Félix Cueto. Hoy en día tal vez sea difícil imaginar para los más jóvenes lo que significaba entonces encontrarse con alguien que, asombrosamente, también era surfista como tú. De inmediato lo convertías en tu colega más cercano. En el caso de Miguel, algo más joven que yo, se trataba además de una persona entrañable, risueña y sobre todo un enamorado del mar, de la vida, y de todas esas cosas bellas que hay ahí fuera y que, muchas veces, llegamos a olvidar que existen. Él me habló de la aventura que acababan de comenzar unos cuantos alumnos y compañeros de la Escuela de Náutica coruñesa. Indudablemente esta Escuela fue el vivero más lógico para todo lo que pasó después. ¿En dónde se podía encontrar, mejor que en aquel lugar, a un grupo de chavales lo suficientemente enamorados de todo lo que significase el mar, los océanos…, para iniciarse en el surf? Y enseguida quedamos para surfear un domingo en Bastiagueiro.

Pero antes de los inicios de Miguel, el hecho trascendental de toda esta historia fue la llegada, en 1965, de Félix Cueto para estudiar Náutica en La Coruña. Tres años más tarde se trajo su tabla, y con otro asturiano que era también alumno de la Escuela, Amador Rodríguez, comenzaron a surfear en las playas de Coruña. Pronto conoció a los locales Miguel Camarero y Gonzalo Viana, compañeros en Náutica, que estaban muy interesados en el surf. Puede que de no haberse producido la llegada de Félix, todo hubiese sucedido más o menos de la misma manera, tal vez más tarde, pero la realidad es que fue él, y no otro, el que estuvo allí, en el momento y en el sitio oportuno para que empezase a andar el surf en el Norte de Galicia. El terreno estaba abonado, porque la idea ya existía, y prueba de ello eran Rufino y Tito, que por su cuenta, y con las mismas inquietudes que teníamos en nuestra pandilla, también habían empezado a dar sus pasos de modo independiente. Pero precisamente por haber sido el primero, los surfistas coruñeses le tendríamos que hacer un pequeño homenaje en forma de monumento, al lado, por ejemplo, de los surfistas anónimos que hay sobre la playa del Matadero. 


Muy pronto, todos fuimos un solo grupo de chavales a los que ni los temores de nuestros padres, que veían en el surf un peligroso deporte, ni el dedo que muchos de nuestros amigos se ponían en la sien cuando salía el tema del surf en las conversaciones, fuese impedimento para que nuestros objetivos, principalmente conseguir tablas y descubrir olas, se fueran consiguiendo. Además de Miguel, Gonzalo, Tito, Rufino, Félix, y yo mismo, otro de los habituales en aquellos inicios era Alejandro Mesías, al que conocía del mundo de la natación, y al que logré convencer, como a otros, más que nada para tener compañía en el pico en aquellas tenebrosas tardes de invierno. También José “Queimarán” o el fotógrafo Vari Caramés, estaban entre aquellos “chalados y románticos” que desafiaban en cada baño, más que al frío y a las olas, a la vergüenza que pasaban nuestros allegados cuando alguien les decía: “Mira, ayer por la tarde vi a tu hijo desnudándose en las escaleras del Orzán, ¡con el frío que hacía y la lluvia que caía!”.

Continuará ... Parte 3, pulsando AQUÍ.

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